lunes, 2 de marzo de 2009

EN HONOR A LOS ANIMALES MASACRADOS

El Sol de México
28 de febrero de 2009


En honor a los animales masacrados.

Conocieron el dolor al tiempo que se escapaban sus lamentos, convirtiendo el aire en un surtidor de ahogos. Sabían que sus vidas se irían cualquier día en cualquier callejón vacío de estas grandes ciudades, donde sus dolores caminan con ellos. Huérfanos, podridos, hambrientos y sucios, preparados para la ausencia, e internados en un conflictivo mundo riguroso. Pero está claro que las ausencias siempre se visten de agravios, o de silencios inexplicables, o de aguijones turbios capaces de remover los misterios de las sangres antiguas, que casi nunca inmunizan los afectos.

Tuvimos la lluvia y la niebla, y hasta un olor a ojos cómplices, cuando aún el humo negro de las sombras de sangre y el hedor a masacre repicaba entre los muros y los pisos. Se nos fue la vida mirando esas pequeñas criaturas indefensas, sin poder defenderse de un acto tan infame. Desde las fortalezas de las casas vecinas recogidas por cañones sin balas con reliquias de piedras, o desde las efigies de unos hombres cubiertos de negro, resonaban las campanas de un dolor infinito, de ladridos y maullidos recolectados en un solo suplicio. No son suficientes las palabras escritas, palabras tantas veces recubiertas por misterios vagabundos que recorren solitarios caminos, no son suficientes para la denuncia, para mover a ciudades completas, no son suficientes para ir contra la ignominia, esa podredumbre vacía de respeto y tan llena de ignorancia, veneno fatídico para los pueblos.

En un acto inhumano el dolor se hizo subsidiario del silencio, y el silencio inundó distancias, y las distancias se convirtieron en miedos y reservas, y las reservas retumbaron en lágrimas expuestas y en lágrimas calladas, porque el equilibrio entre el dolor se tornó en desesperación imposible, y nada pudo detener aquel trance mortífero.

Aunque yo sé que aquellas criaturas, las que descubrimos muertas y las que sufren de la niebla, seguirán tolerando en medio de esta barbarie desquiciada por el tumulto de odio atesorado en las urbes, aunque las veamos, aunque nunca las recoja nadie, ni nadie acaricie sus matices, permanecerán ignorados por encima de los dolores y los silencios: esos silencios que han digerido, del horror de las promesas calladas, y que han tenido que vestirse con la rabia y el salvajismo de hechos lacerantes. Algún día, quizá, cuando se rompan los maleficios, las conciencias tomarán vida y se escaparán con Pasos de diamantina, para perseguir futuros imperfectos.

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