lunes, 26 de abril de 2010

Una Pequeña Historia de Amor


























Recuerdo esa ocasión hace varios años, estando en la bella ciudad de Madrid, había yo quedado de verme con una entrañable persona, dieron las 4, las 5, las 6 y no llegaba. Empezó a hacer un poco de aire frió en aquella pequeña plazoleta cercana al Parque del Retiro, empecé a sentir una gran nostalgia, luego al correr de las horas una gran tristeza y luego una gran desolación, finalmente mi amigo nunca llego.

Empecé a caminar por las estrechas callejas, sintiendo más que el frio en el cuerpo, frio en el alma. Mi amigo querido no había aparecido a pesar de tantas promesas hechas días antes vía MSN y luego vía telefónica. Me había fallado finalmente.

Camine divisando escaparates, queriendo olvidarme lo más antes posible del dolor que lacérenle apuñalaba mi corazón. ¿Que le había pasado? ¿Que lo había hecho cambiar de opinión? Habíamos acordado viajar a Paris al otro día, los boletos estaban reservados. Llegaríamos al Aeropuerto Charles de Gualle, a medio día, más enamorados que nunca. La Torre Eiffel y Champs Elisées, serían nuestros mudos pero alegres cómplices de ese cariño que se había hecho enorme al paso de los días y los meses. Todo lo habíamos planeado intensamente, llenos de amor y de tiernas promesas de amor eterno e incondicional.

Pero ahora todo se había acabado, él no había llegado a la cita, pensé que algo le había pasado, mi cerebro se negaba a aceptar la realidad, algo tenía que haber ocurrido, si, eso fue, tomé el primer teléfono público que encontré y marque desesperada a su casa, y nadie contestaba, marque a la casa de su madre en Barcelona y nada, nadie respondía. Todo me parecía tenebroso, sospechoso, creí estar en medio de un complot, me sentía la triste Marianne muriendo de amor por su Willoughby, en la tierna historia Sense and Sensibility de Jane Austen.

Con tristes pensamientos, me acerco a un bar de tapas, dejo a un lado mi pequeño neceser de viaje, y pido una caña, el mesero solicito me atiende con prestancia, con suma atención, lo cual era lo que menos necesitaba en ese momento, mi cerebro era un mar de confusiones, desazón, tristeza, decepción, nada podía calmar mi sufrimiento, ni siquiera el cálido sopor que empecé a sentir al tomarme la siguiente caña de cerveza clara.

Estaba cerca de la casa de mis queridos amigos y pensé en llamarles para no sentirme tan desvastada, pero me sentía sin ganas de escuchar los clásicos: “Que pena amiga”,”Lo lamento tanto”, “Así suele pasar”. Finalmente pago y salgo a seguir caminando no tenia ganas de llegar, quería disipar mi dolor a como fuera. Veo otro agradable bar. y me atrevo a entrar, no había mas estaba decidida como todo buen mexicano a mitigar mis dolores del alma con una buena dosis de alcohol. El Barecillo es estrecho, lleno de gente como casi todos los bares de Madrid, llenos de jolgorio de gente alegre otros no tanto, más bien un poco taciturnos tomando a solas sus bebidas, comiéndose sus tapas, todo igual como siempre desde hacia más de 2 meses que había yo arribado a esa hermosa ciudad.

De repente, tropiezo con él, si, con él y nos vemos de frente, absortos, incrédulos, sorprendidos, al final, estallamos en risas, llantos y carcajadas, un abrazo eterno y un beso apasionado, sublime, el mejor beso que jamás había recibido, si, el era. Había llegado tarde demasiado tarde su vuelo se había retrasado y no tenia manera de avisarme. El alma había regresado a mi cuerpo, y no me había equivocado: El amor no me había fallado.

Ya lo demás es historia que posiblemente cuente algún otro día…por hoy es suficiente.

Gabby

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